La justicia
Lamento comunicar a los habituales de este blog que esta semana no publicaré mi serie "Los gratuitos". Esta semana me he visto desbordado por el trabajo y por ni poder, no he podido ni coger los gratuitos que me ofrecen en la salida de la estación de cercanías.
En cualquier caso, me gustaría compartir dos hechos curiosos, que serán muy chocantes para los que no os moveís por las turbulentas aguas del sistema judicial español. En esta semana, por motivos laborales, he tenido que acudir a dos sedes judiciales. La de los juzgados de Alcobendas, y a la sede del Tribunal Supremo en Madrid.
Si alguno de vosotros tiene la idea de que el Tribunal Supremo es un lugar serio, silencioso y muy formal, acertaís de lleno. Lo que no acertariáis nunca son las pilas de legajos atados con cintas o cuerdas que se reparten por los pasillos o en la entrada de las secretarías. Montañas y montañas de papeles almacenados en cajas de cartón esperando a ser registrados o a ser asignados al funcionario a quien corresponda su tramitación. Es cierto que nuestro Tribunal Supremo sufre una brutal carga de trabajo, pero ver cientos de expedientes por el suelo, con la única salvaguarda de un bedel que lee el periódico y la buena fe de los que por allí pasamos, es realmente triste... y deprimente.
No es lo más raro ver los expediente por los suelos. En un juzgado de Alcobendas, justo en la entrada, hay un soplete con sus dos bombonas de gas y algunos tubos. Ha debido de ser incautado a algún "amigo de lo ajeno" y el único lugar donde puede ser almacenado y puesto a buen recaudo es... junto a la mesa del primer funcionario del juzgado, al lado de la puerta.
Para reirse, por no echarse a llorar.
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